CRÍTICA DE ROBERTO ALLOCCO GARIN

LA NIÑA QUE MORÍA A CADA RATO
UNA MIRADA DIFERENTE SOBRE LO OCURRIDO EN OTRA PARTE (una puesta  en escena de Joaquín Gómez).

Roberto Allocco Garín - UNR (Universidad Nacional de Rosario)

En el 2008 el público porteño tuvo la oportunidad d ver la puesta en escena de ¨La niña que moría a cada rato¨, de José Luis Arce, con la dirección general y puesta en escena de Joaquín Gómez. En aquella oportunidad hubo críticas elogiosas que centraron su atención en el texto teatral (1er Premio de Dramaturgia 2003, Fondo Nacional de las Artes) y en la poesía que envolvía a sus personajes. Muy poco se dijo de la realización en sí. Quizá en ese momento, no merecía mayores comentarios.

Pero en noviembre de 2009, Gómez volvió con la reposición de la misma obra con un ciclo breve que tuvo lugar en el Teatro I.F.T, pudiendo verificarse el reemplazo de algunos actores.

La utilización de un espacio experimental -lejano a las comodidades de una sala teatral convencional y todos los artificios conducentes al propósito ilusorio-, su ingreso al mismo por ese lugar que minutos más tarde habría de convertirse en el ¨espacio de veda¨ propicio a la celebración del rito, la exhibición franca de los elementos compnentes de la escenografía -escasa y pobrísima- y la muy limitada apoyatura de luz y sonido sirvieron, en este nuevo ciclo, para crear un clima de curiosidad y hasta de complicidad ante el fenómeno que estábamos a punto de presenciar, según reza el título.

Silvia Lucero, como La Madre - Yanina Soirejman, como La Niña
El texto, desde los primeros parlamentos, apareció envuelto en una poesía muy particular que favoreció al distanciamiento, a la pérdida de esa inmediatez que quizá resulte propio del ¨aquí y ahora¨ teatral.

Ocurrió que no estábamos ante un texto eminentemente teatral, sino ante un diálogo poético para varias voces en el que los personajes se bosquejaban con mayor o menor compromiso, con siluetas más o menos definidas, pero en donde el hecho teatral estaba ausente. La primera persona -desde cada personaje- fue utilizada apenas como un recurso insalvable.

No sólo todo aconteció fuera de escena, sino que el ¨fuera de escena¨ se constituyo como otro espacio cuya dimensión admitía que ¨allá -y sólo allá- sí ocurrían cosas¨, que luego fueron traídas a escena a través de la narración de los personajes, cuando los acontecimientos ya habían sido consumados. Un desarrollo poético dentro del espacio dramático de lo acontecido dramáticamente en otro espacio cuya condición poética desconocemos.

Imposible ubicar la acción en un lugar y en un tiempo. una mitología pareció servir de introducción, pero el vuelo incierto se detuvo y fue atravesada por otra irrealidad fantástica con apariencia más terrenal dada la simpleza de los personajes, pero mucho más difícil de asir ante la levedad de la consigna. La única certeza pareció estar en el temor que -ante lo inexplicable de lo inesperado- suele resentir cualquier espacio de poder.

Teresa Gatto, en su excelente análisis sobre este texto dramático, nos comenta: ¨¿Cómo teatralizar ?

¨ ¿Cómo teatralizar la nada? La existencia de la niña que moría a cada rato no resiste explicación; la religión tampoco puede explicar el prodigio. Vencido el escepticismo del cura del pueblo que no cree que el llano pueda dar ningún milagro, esa molestia que es la niña bañada en luz se traslada a los otros, que encarnan el segundo núcleo dramático. Son los que tienen poder, los que no pueden soportar que la niña vaya y vuelva del reino de los muertos. Aquellos para quienes la muerte es literal, aquellos que no se permiten pensar que si fuéramos plenamente concientes de cada miseria que atravesamos, moriríamos a cada rato.
Sucumbiríamos sin cesar, una y otra vez. De desamor, de desazón, de impiedad, de zozobra o desesperanza.¨ (GATTO, Teresa/telón de fondo № 8, año 4, diciembre de 2008)


¨¿Cómo teatralizar la nada?¨, se pregunta Teresa Gatto.
¨¿Cómo representar lo irrepresentable? agrego, desde una estricta mirada de puestista.
¨La niña que moría a cada rato¨ -como drama- no se sostiene sino desde lo discursivo, como una bella fábula en la que pueden confluir una serie de recursos propios de la literatura fantástica, pero en la que no habremos de hallar la teatralidad misma, el enfrentamiento de voluntades y la acción modificadora propios de la dramatización. Las prescripciones didascálicas resultan mínimas e insuficientes o meramente ilustrativas.

Ante un texto sugerente, rico y bien escrito se requirió la recreación por parte de un director cuya mirada -no menos poética- pudiera llegar a representar lo que la obra originalmente ocultaba. Probablemente Joaquín Gómez haya tenido que sacrificar parte del vuelo poético de la pieza para cumplir, acabadamente en mi opinión, con la inmediatez requerida como espectáculo. Fue necesario crear toda una dramaturgia, con un ritmo y una atmósfera propios de un realismo distanciado de la realidad y con una cotidianeidad próxima a lo simbólico. Así se pudo representar este trabajo difícil desde su concepción hasta su muestra. También Prometeo debió sacrificar parte de lo oculto al darnos la posesión y el dominio del fuego.

Bárbara Coss - Y. Soirejman
En esta versión, con un nivel de actuación poco homogénea (que quizá se debiera a los reemplazos de los actores originales, -y que habrá sido advertida, seguramente, por la  mirada del director-), cabe destacar la participación de Silvia Lucero, Juan Tupac Soler y Bárbara Coss.

La sencillez escénica, la administración rigurosamente contenida de los lenguajes actorales y la revalorización del texto de Arce fueron aciertos de dirección encontrados al cabo de todo un proceso de búsqueda de una poética que se mantuvo vigente y que funciona al desarrollo del trabajo.

¨La Niña que moría a cada rato¨ es, sin duda, un texto disparador a través del cual se pueden abordar diversas interpretaciones y crear dramaturgias diferentes. Lo que logró Joaquín Gómez, en su última versión, no fue un producto menor.


Yanina Soirejman - Eduardo Manelli


















FICHA TÉCNICA de LA NIÑA QUE MORÍA A CADA RATO de José Luis Arce 

Yanina Soirejman, como La Niña
Silvia Lucero, como la madre
Alberto Silva, como el padre
Eduardo Manelli, como el cura
Bárbara Coss, como Lila
Juan Tupac Soler, como Yaco
Patricia Russo, como la Mujer 1
Fabiana Páez, como la mujer 2

Música original: Demi Carabajal/ Martina Ulrich/ Martín Ulrich
Escenografía: Gisela Ranieri
Vestuario: Paola Girimonti
Fotografía: Leonardo Límpido
Producción: Miguel Ángel Borrás


Dirección y Puesta en Escena: JOAQUÍN GÓMEZ

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